domingo, 12 de agosto de 2007

JUSTINA Y LA VIRGEN (CUENTO)

domingo, 15 de julio de 2007

LEYENDAS DE SANTA ANITA

LEYENDAS DE SANTA ANITA


Leyenda es una palabra que proviene del latín legenda, que significa: cosas que se leen.
La leyenda forma parte en su principio de la tradición oral, por ser una relación de sucesos que tiene un origen verídico y que se transmite de forma oral en una comunidad. Posteriormente ese hecho aparece transformado y vinculado con un suceso sobrenatural, que lo torna fantástico e increíble; de esa forma la leyenda entra en un terreno en el que se mezcla la realidad y la fantasía.
Al repetirse en diferentes épocas el suceso fabuloso que se cuenta en la leyenda, o al permanecer por mucho tiempo en la memoria de la colectividad, la narrativa literaria lo toma de esa oralidad, transmitida de generación en generación, para escribirlo como parte de una tradición que se conserva a través del tiempo.

LA LLORONA EN SANTA ANITA.

Es muy conocida la historia de los sucesos acaecidos en al Nueva España, en donde una mujer muy bella se hizo amante de un hombre noble, de familia acaudalada, tuvo varios hijos de él y pensaba que con el tiempo el hombre se casaría con ella, que sólo debía tener un poco más de paciencia para convencerlo. Un día se enteró por casualidad que él se había casado con otra mujer y que se daba una gran fiesta en la residencia de los padres de su amante. Fue hasta allí para desengañarse por sí misma de lo que le habían contado; efectivamente su amado bailaba con la que ya era su esposa, mirándola con ternura, de una forma como ya no la veía a ella.
La mujer, loca de dolor, regresó a su casa, tomó un cuchillo de la cocina y brutalmente asesinó a sus hijos, estaban dormidos y en el sueño apacible de su cama fueron acuchillados por su propia madre. Al verlos muertos, se dio cuenta del crimen terrible que había cometido y salió desesperada de su casa, jalándose los cabellos y desganando su vestido, con lastimeros gritos decía: “¡Ay, mis hijos!”. Nadie volvió a verla por la ciudad, jamás se supo qué había pasado con ella.
Sin embargo, al poco tiempo, se empezó a oír por las calles de la ciudad el grito desgarrador:
“¡Ay, mis hijos!”. La gente salía a ver quién se lamentaba tan lastimosamente, algunos veían a una mujer vestida de blanco, con los cabellos largos y extendidos de manera desarreglada por la cabeza, que flotaba por el aire y rápidamente desaparecía de su vista, más el grito desgarrador se repetía como eco en otra distancia. El temor hacía presa de quienes la veían, o la oían.
La leyenda dice que esa mujer vagará eternamente gritando su dolor por el mundo, sin encontrar paz en su alma, como castigo del terrible crimen que cometió al asesinar a sus hijos.
En Santa Anita, por la calle de Abasolo, por el año de 1946 la familia Gutiérrez Díaz oyó por la madrugada el grito de La llorona, cerca de la esquina con Morelos, y casi al instante lo escucharon nuevamente por el rumbo de “La Presita”. Dicen que la familia ya no pudo dormir por el espanto y que los hijos permanecieron hasta que amaneció el día, en la habitación de sus padres.


LA VIRGEN EN EL ATRIO

La cronista de este pueblo, ya ha escrito que la tradición oral refiere como un hecho verídico, que la imagen de la Virgen de Nuestra Señora de Santa Anita, ha desaparecido en varias épocas de su altar y que misteriosamente regresa nuevamente a su nicho. Cuenta que fray Carmen Balvaneda la veía ausentarse del templo y que ella regresaba caminando para subir hasta su altar. (Véase el libro: El pueblo de Santa Anita, la Virgen y su Historia, Volumen 11, de Ma. Aurora Alcántar Gutiérrez, 2004, pp: 132-133.)
A la Virgen de Santa Anita se le conoce por tradición como la “Patrona de les enfermos”, pero también como ‘Pacificadora de las tormentas”. Por el año de 1937, aproximadamente, Zeferina Díaz le platicó a su hija josefina, que al acudir a la tienda de Rosita y Chelo Díaz, estaban platicando sobre la tormenta que había caído sobre la población en la noche anterior, que los rayos se sucedían con estrépito llenando de miedo a los pobladores y el caudal del agua subía paulatinamente su nivel por las calles, inundando las casas. Por la ventana del hogar de las señoritas Díaz, se asomaron y vieron que en el atrio estaba una niña pequeña, sola, azotada por la lluvia, el miedo ante la tormenta y la inundación, les impidió salir a averiguar de quién se trataba.
Al día siguiente el señor cura fue enterado de lo sucedido y con una sonrisa dijo que él había subido al coro para ver a través de una ventana superior, si había peligro de que la inundación de las calles penetrara al templo, y al voltear para ver el nicho, la imagen de la Virgen no estaba en su lugar Cuando iba a dar la vez de alarma a los frailes del convento con gran sorpresa se dio cuenta de que una niña, frente a él, caminaba por el pasillo rumbo al altar quedó estupefacto y antes de saber qué estaba pasando, súbitamente la imagen de la Virgen volvía a estar en su nicho. Bajó rápidamente del coro y se acercó hasta quedar frente a la imagen y se dio cuenta de que el vestido estaba mojado y lleno de lodo.
Repentinamente había dejado de llover y el agua no había inundado el templo.


UN ALMA CARITATIVA EN LA CRISTIADA

Ma. Aurora Alcántar Gutiérrez, cronista de este pueblo, recogió el testimonio oral de José Refugio Ponce, quien le narró un suceso que él vivió, ocurrido durante la Guerra Cristera, aquí en Santa Anita. Como cristero que era, se reunió con su pequeño grupo de correligionarios y avanzaron por la calle de Abasolo para salir del pueblo, por la calle de Aquiles Serdán. De pronto, les salió al paso una mujer y los detuvo para ofrecerles que pasaran a su casa a comer, porque el camino que les esperaba era largo, les pidió que ocultaran sus caballos en el corral de su casa en tanto comían, para evitar que alguien pudiera sospechar que los cristeros estaban en el interior de su hogar.
Aún no terminaban de comer cuando escucharon una caballada que galopaba por esa misma calle, en sentido contrario del que ellos iban. Se oyeron algunos disparos y ellos se quedaron en silencio mirándose unos a otros, sin atreverse a salir para ver qué pasaba en la calle. Sólo escucharon una voz que gritó desde afuera de la puerta de entrada: “¡Vámonos, todos están muertos!”. Cuando se decidieron a salir, esperaban ver en la calle a los muertos que habían anunciado en la puerta, para su sorpresa la calle estaba desierta y sin muertos.
Se regresaron al interior de la casa para agradecer a la mujer que los había detenido e invitado a comer; y muy sorprendidos, se dieron cuenta de que no había nadie, sólo los caballos estaban en calma en el corral. La mujer, o el alma de la mujer, les había salvado la vida.


LA NIÑA QUE SE LLEVÓ EL DLABLO

María de la Cruz Bolaños Moya, fallecida el 14 de julio de 2006, platicó en el año de 2003 una historia de la que fue protagonista y que por décadas fue considerada verídica. Transmitida oralmente de madres a hijas por una generación de por medio, convirtiéndose esta mujer en una leyenda viviente, puesto que según se creía, había vivido para contar le que le habla sucedido.
Cruz era una niña muy inquieta, con frecuencia peleaba y hacIa vagancias con otras niñas de su edad. En una ocasión acudió a unos ejercicios de encierro en el convento de este pueblo. Ella y su compañera de asiento empezaren a alterar la disciplina y en un descuido de la otra niña, Cruz le introdujo un popote en el oído. La niña comenzó a llorar y la celadora presentó a la agresora ante el padre Femando Cisneros, le contó lo sucedido y el padre determinó que Cruz fuese castigada, que seria encerrada en el cuarto del camarín entre las esculturas viejas y rotas de los santos y los objetos de todo tipo que ahí almacenaban. Terminó la clase y la celadora fue a traer a la niña que habían castigado y por más que la buscó en el cuarto no la encontró; muy alarmada fue por el padre Cisneros y le dijo que no aparecía la niña en el camarín. De inmediato fueron a buscarla nuevamente y no la encontraren. El padre pidió que lo ayudaran a buscarla en la huerta y allá la encontraron, dicen que estaba arañada y sobre las ramas de un árbol permanecía desmayada.
Al bajarla del árbol, Cruz contó que un catrín hombre muy bien vestido la habla sacado del cuarto; todos creyeron que habla sido el diablo, que se la había querido llevar por su mal comportamiento y que luego la dejó colgada en el árbol. El padre impidió que alguien más se acercara a ella y la llevó a su casa. Por el pueblo comenzó a circular la información de que a esa niña se la había querido llevar el diablo. Había quienes tenían miedo de acercársele, por lo que a veces ella se sentía importante al darse cuenta que era famosa por su increíble historia.
Cruz llegó a la etapa de la ancianidad y fue hasta tres años antes de su muerte, que se atrevió a contar la verdad. (Véase: Santa Anita de los camotes, de Ma. Amelia Alcántar Gutiérrez, 2003pp:65-68). Se había escapado por la claraboya que estaba en el camarín y no hallaba cómo salir del convento para irse a su casa. Al ver que la buscaban, temió otro castigo por escapar del cuarto en que la habían encerrado y tuvo la idea de contar esa mentira, que la marcó durante su vida como la niña que se había llevado el diablo.

LA CARRETA DE LA MUERTE

El año de 1918 se desató una terrible epidemia de influenza, o gripa española, que diezmó considerablemente a esta población. Los cadáveres se contaban a veces hasta por familias completas en el interior de las casas, no había medicina ni médicos que atendieran a los enfermos. Los sacerdotes hacían las veces de enfermeros, pero era inútil, la peste no cedía, se incrementaba mes a mes el número de decesos.
Juan Partida era el Comisario del pueblo ya la vez, tenía a su cargo el Registro Civil. Diariamente salía de madrugada en su carreta, sin más protección ante la peste que su paliacate rojo cubriéndole la nariz y la boca. Llegaba a cada casa y al encontrar a un difunto lo envolvía en un petate, para depositar el cuerpo en la carreta y al completar el espacio, iba al cementerio en donde previamente había abierto una fosa comunal y allí descargaba el contenido de la carreta, los difuntos eran rociados con cal y luego cubiertos con la tierra, además de peligroso, no había tiempo para velar a tanto cadáver, ni para oficiar una misa por el eterno descanso de su alma. El gobierno había prohibido las reuniones públicas y el culto permanecía cerrado. Esta epidemia duró un año.
Se dice que pasado un tiempo de haber ocurrido la muerte de Juan Partida, por las calles de Francisco I. Madero, 16 de septiembre, Manuel Acuña y la calle de Colón que conduce al cementerio, por la madrugada se escucha el ruido de una carreta que se desplaza lentamente por la calle.
Por 1950, el ahora doctor Felipe Gutiérrez Calderón, vivía en su infancia por la calle de Colón y frecuentemente oía el ruido de la carreta que pasaba por enfrente de su casa. Su hermano José se ofreció a acompañarlo en su habitación para darle confianza y que pudiera dormir tranquilo. Por la madrugada, José se despertó al oír el ruido de una carreta por la calle, era tal y como le había contado su hermano Felipe, armándose de valor se animó a asomarse por la ventana y cual fue su sorpresa, que efectivamente vio a la carreta jalada por cuatro caballos, en ella iban cuerpos extendidos y amontonados unos sobre otros, un hombre guiaba a los caballos en la carreta y adelante por la calle iba también un grupo de frailes encapuchados, con una vela encendida entre las manos. De más está decir el terror que experimentó, ante esa visión fantasmal.
La Leyenda de la carreta ya fue filmada, en una recreación que se hizo en una casa propiedad de Ma. Amelia Alcántar Gutiérrez, por la calle de Aldama y fue proyectada en el programa televisivo: “De leyenda”, para el Noticiero Hechos Meridiano de TV. AZTECA en agosto de 2005.


LOS TÚNELES DEL SANTUARIO

La Guerra Cristera (1926-1929) entre laicos que defendían con las armas su fe y su religión, enfrentados con los soldados del gobierno federal y estatal, que trajo sin duda una estela de muerte y desolación principalmente en el occidente del país. Los sacerdotes fueron perseguidos por lo soldados con encarnizada violencia, algunos huían y permanecían ocultos en casas de amistades que profesaban la fe católica. Al igual que en otras poblaciones en similares circunstancias, los sacerdotes franciscanos en Santa Anita ordenaron en el mayor secreto la apertura de túneles que se desplazaban del interior del convento, y de la iglesia hacia las salidas principales que tenía la población. Era una medida precautoria para ser utilizada en caso de emergencia, cuando fuesen sorprendidos por los soldados en el interior del templo, o del convento. El túnel del que más se habla, corresponde al que parte del interior del templo y da salida por un boquete, al muro del pozo de una casa que está un poco al frente del Asilo de Ancianas, por la calle Colón, que antes era el Camino que daba salida hacia Guadalajara.
Se dice que durante la Cristiada, algunos religiosos permanecían ocultos por días y noches en el interior del túnel, custodiando los enseres, copones y objetos benditos, para así evitar su profanación por los soldados anticlericales. Se cree que alguno pudo haber muerto en el interior del túnel puesto que a finales del siglo pasado hubo quienes aseguraban haber visto a un religioso franciscano encapuchado, aparecer de pronto ante un mortal, pidiendo que sacase los tesoros religiosos ocultos en el interior del túnel. En el año de 2004 Felícitas Arias aseguró que hacía muchos años, la maestra Carmela Rodríguez le había confiado que lo tocó vivir este suceso y que el temor le había impedido ingresar al túnel para sacar los tesoros que el fraile fantasmal le ofrecía.

sábado, 14 de julio de 2007

PERSONAJES ILUSTRES DE SANTA ANITA

MARÍA CATALINA CHACÓN MARTINEZ
(1901-1985)
Nació en Santa Anita, el 3 de febrero de 1901. Sus padres fueron: Maximino Chacón y Catalina Martínez. Desde pequeña dio muestras de tener en indómito carácter. Fue una mujer valiente que defendió con las armas sus ideas religiosas católicas. En el periodo de la guerra Cristera (1926-1929), al ver que en la plaza principal de este pueblo los soldados habían colocado en el kiosco la imagen de un Cristo con cabeza de burro, fue tal su disgusto, que al grito de “¡Que viva Cristo Rey!, ¡Que viva Cristo Rey!, arengó con decisión al pueblo para que tomara las armas y defendiera se religión. Un grupo de hombres la siguió hasta la casa de su padre, y ante el azoro y desacuerdo de don Maximino Chacón, ella ordenó a los sirvientes que sacaran los caballos y la carreta. Sacó algunas armas de su casa y las distribuyó entre los 50 hombres que habían respondido a su discurso en la plaza. Su hermano Ángel se unió al pequeño ejército cristero y ella lo nombró jefe del movimiento.
Después de escaramuzas de su grupo cristero en contra de hombres ricos de San Agustín, en busca de un botín para comprar armas y víveres para la causa cristera se dice que Catalina viajó a Guadalajara a ocultarse con unos familiares, porque ya era buscada por los soldados. En una de sus salidas fue apresada y condenada a muerte; por gestiones de su pariente Elvira Zepeda Moreno logró salir libre. Se fue a Estados Unidos y de regreso a su pueblo, al poco tiempo ocurrió el asesinato de su padre. Al día siguiente falleció su madre en un accidente automovilístico, cuando regresaba de Acapulco para llegar a sepultar a su esposo. Muertos sus padres, María Catalina decidió ingresar como monja en la Orden de las Carmelitas Descalzas, su nombre religioso fue Sor María del Carmen. Con el acuerdo de sus hermanos, donó su casa paterna para que se convirtiera en Asilo de Ancianas. Falleció en Puebla, el 25 de enero de 1985.

JOSÉ MARIA MORENO CHACÓN

Nació en Santa Anita. Se formó con un carácter de temple indómito y autoritario. Al llegar a ese pueblo el movimiento revolucionario, él se levantó en armas en 1912; su arrojo le llevó a obtener el grado de Mayor en el ejército carrancista. Era temido por la violencia de sus actos en contra de los ricos hacendados o de quien tuviera ganado y caballos. Tenía mala fama porque pedía apoyo a la gente rica sin aceptar negativas, exigía dinero, caballos, vacas, y armas, que dedicaba a su causa revolucionaria.
Cuando estaba en espera de salir en una de sus campañas revolucionarias, se quedaba en “El Fuerte”, lugar que ahora ocupa el local del “Casino Donato Guerra”. Con sus hombres, protegía al pueblo del acecho de bandoleros que asolaban la región; por eso era también estimado y respetado por otra parte de la población.
Participó en la Guerra Cristera en apoyo de su prima María Catalina Chacón Martínez.
Falleció de muerte natural el 5 de febrero de 1960. Sesenta oficiales del Ejército Nacional le rindieron un homenaje de cuerpo presente, en donde la banda de guerra realizó los toques de honor y una valla de oficiales acompañó hasta el cementerio el cuerpo del revolucionario y cristero de Santa Anita, don José María Moreno Chacón.


MARIANO ORTIZ VIZCARRA
(1895 -1915)
Nació en Santa Anita. Fue hijo del rico terrateniente Mariano Ortiz y de María Vizcarra. Para sorpresa general se dio de alta en La Revolución, la que luchaba en contra de hombres ricos tomo lo era su padre; fue compañero de armas del General Lázaro Cárdenas deL Río, quien acompañó varias veces a Mariano para visitar a su familia en este pueblo.
En I9I4 Mariano fue sorprendido por las tropas de Francisco del Toro, en La Hacienda de Cuxpala, entre La balacera escapó milagrosamente, junto con su paisano revolucionario José María Moreno Chacón.
En enero de 1915 participó en una batalla con sus correligionarios carrancistas, en contra de Los soldados del gobierno. Pasaron muchos días del enfrentamiento que abarcó terrenos del Cerro del Gachupín, el Cerro del Tesoro y el Cerro del Cuatro. El 17 de enero continuaba la batalla por la región de El Castillo, cerca de Juanacatlán. Mariano disparaba al enemigo pertrechado detrás de una roca; inesperadamente una bala de cañón le atinó a la roca y la desbarató, junto con el cuerpo del revolucionario. Sus familiares contaron que no se rescató su cuerpo hecho pedazos. Al poco tiempo, una comisión revolucionaria se presentó ante los padres de Mariano para entregarles un dinero en desagravio de la muerte de su hijo en campaña militar. Ellos respondieron que la sangre de su hijo no se vendía, porque Mariano la había dado generosamente por sus ideales; y no recibieron el dinero.


JUAN PARTIDA

No se tienen datos de su nacimiento y muerte, sus familiares dicen que nació en Santa Anita. Fue Comisario y juez del Registro Civil, de 1916 a 1918. Realizó una labor altruista en la población al desencadenarse la epidemia de la influenza, llamada también gripa española, que duró desde enero de 1918, hasta diciembre del mismo año. Sólo en el mes de diciembre ocurrieron 85 fallecimientos.
Sus acciones lo sitúan como un héroe, al servicio de su pueblo durante la terrible epidemia. Se dedicó a recoger los cadáveres en su carreta, recorría las calles preguntando casa por casa si alguien había fallecido. Salía desde la madrugada protegido con su paliacate en la cara, cubriendo la nariz y la boca.
Su labor era realmente extraordinaria: abría fosas comunes porque no alcanzaba a enterrar individualmente a los cadáveres. Recogía envueltos en petates a los que habían fallecido en el interior de las casas, los acumulaba en su carreta y luego los depositaba en la fosa común, les rociaba cal y tapaba la fosa. Cavaba una nueva fosa para utilizarla al día siguiente. Se retiraba al Registro Civil para dar fe por escrito del nombre de los muertos y sólo hasta entonces iba a su casa a descansar un poco. Al día siguiente hacía las mismas actividades; esto lo hizo durante todo un año sin recibir sueldo, porque no había quién le pagara sus servicios.
Milagrosamente no se contagió de la peste. Falleció de muerte natural a los 93 años de edad. Su generosa y humanitaria acción merece el reconocimiento y gratitud permanente de los ciudadanos de esta población.


MARIA REFUGIO SÁNCHEZ BARRERA
(1876-1968)
Nació en Zapopan, sus padres fueron Gervasio Sánchez y Marciana Barrera. Se educó en el Hospicio Cabañas, allí la apoyaron para formarse en la docencia. Egresada de la Escuela Normal de Jalisco, a los 16 años empezó a impartir clases en Santa Anita como maestra de educación primaria. Tenía alumnos de todos los grados escolares, que en ese entonces eran de primero a cuarto grado. En el día atendía a niños, a niñas; y por las noches enseñaba a leer y a escribir a los adultos.
En este pueblo conoció al que fuera su esposo, el señor J. Matilde Zepeda Moreno. Su hijo fue José Zepeda Sánchez (quien fuera posteriormente Delegado Municipal en los períodos 1944-1946 y 1950-1953. A él se debe la construcción de la primera escuela primaria en Santa Anita, establecida en lo que había sido la plaza de toros, en la esquina de la calle Morelos y 16 de Septiembre - local actual de un módulo de la preparatoria-).
Cuquita Sánchez organizaba kermeses para reunir fondos destinados a obras de beneficio social para esta población.
Al llegar ala ancianidad se jubiló, pero las madres de familia le insistieron para que atendiera de manera particular a sus hijos, puesto que había desarrollado un efectivo método de enseñanza para la lecto-escritura, de manera que en el término de tres meses los niños aprendían a leer y a escribir.
La muerte la sorprendió aún dedicada a esa práctica educativa. Falleció de “agotamiento” el primero de enero de 1968, en la casa No. 122 de la calle Abasolo. El pueblo, agradecido por su labor docente y apoyado por el H. Ayuntamiento Municipal de Tlaquepaque, inauguró el 4 de agosto de 1993 la Biblioteca Pública del pueblo, que honrosamente lleva el nombre de esta extraordinaria educadora

ELVIRA ZEPEDAMORENO
(1896-1989)

Nació en la población de Santa Anita. Sus padres fueron Vicente Zepeda y Toribia Moreno. Fue una entusiasta promotora de la educación, del deporte del básquetbol y del fomento de las relaciones sociales en la comunidad. Fue una reconocida maestra empírica, que enseñaba a leer y escribir a los niños con energía, pero con eficiencia.
Logró formar un equipo de básquetbol femenil en 1943, reconocido por su alto nivel de competencia, ya que difícilmente perdía un encuentro ante sus oponentes. En 1946 participó de manera brillante en Guadalajara, en un encuentro estatal en el que su equipo resultó invicto.
Fue una mujer soltera que entregó a sus sobrinos un amor de madre indisoluble. Su voz bien timbrada, su forma de vestir impecable y su educación natural, le atraían la atención y el respeto de los demás. Eso le permitió rodearse del afecto de familias enteras, que gustosas participaban de “combate de flores” y paseos que la maestra Elvira organizaba, con destino a Toluquilla, a Boca de la Barranca, a Santa Ana Acatlán de Juárez, San Isidro Mazatepec y a Tequilla. Se trasladaban en carretas, en burro, o a caballo.
El H. Ayuntamiento de Tlaquepaque distinguió con una medalla de honor al mérito, por haber dedicado más de 50 años de servicio docente. Falleció de muerte natural, en 1989.

J. EDWIGES GUTIERREZ DIAZ
“El carpintero de la Virgen de Santa Anita”
(1920- 1999)

Nació el 28 de octubre de 1910, en Santa Anita. Fue el hijo mayor del carpintero Miguel Gutiérrez Luna y de la señora Zeferina Díaz. Desde pequeño se inclinó vocacionalmente a seguir el oficio de carpintero que había visto desarrollar en su padre. Era muy hábil para realizar la talla de la madera y el corrugado en el papel de china; hacía flores diversas que ofrecían una apariencia de naturalidad en sus pétalos.
Su prestigio como excelente carpintero le llevó a ser llamado para trabajos que requerían los sacerdotes que paulatinamente llegaron a administrar el convento franciscano y de quien era responsable del Santuario de Nuestra Señora de Santa Anita.
En 1970 restauró el portón de ingreso al templo. En 1988 construyó con dos ayudantes las bancas en las que se sientan los fieles en la iglesia.
Los confesionarios también son obra suya.
Desde su juventud, año tras año, hasta el año de su muerte, se encargó de confeccionar toda la estructura creativa del carro alegórico en el que desfilaba una niña representando a la imagen de la Santísima Virgen de Santa Anita, en el convite inaugural de las fiestas patronales.
El 13 de febrero de 1999 fue amenazado en el interior de su casa, el ladrón pretendía robarle su dinero; finalmente se transformó en asesino al quitarle a Edwiges la vida.


SALVADOR MARISCAL LAZO
(1921-1998)
Hombre Integro, luchador social y de servicio a su comunidad, nacido en Santa Anita. Formó un matrimonio ejemplar con la señora Josefina Moya. Fue un fiel devoto de la Santísima Virgen de Santa Anita, motivación que le llevó a participar de manera entusiasta en la organización religiosa de la tradicional “Entrada de la cera”, celebrada en la primera semana de septiembre de 1943.
Su trabajo como campesino y ganadero le dio la experiencia sobre las necesidades de los trabajadores, que carecían de programas de apoyo por parte de los gobiernos del municipio y del Estado de Jalisco. Su empeño en que las pobladores tuvieran mejores condiciones de vida, lo llevó a ocupar en dos ocasiones el cargo de Presidente del Ejido Santa Anita, en los periodos de: 1951-1953 y de 1977-1979.
Su probada honestidad lo proyectó al gobierno municipal en Tlaquepaque en donde de 1977 a 1979 se desempeñó como Regidor de la Comisión de Parques y Jardines.
Su liderazgo y la meta de ir en pos de la justicia social, le llevaron a participar en la junta de Mejoramiento Moral Cívico y Material de Santa Anita, en donde se distinguió por ser un promotor de servicios públicos de esta población ante Tlaquepaque; ante el poco éxito de las gestiones realizadas, incursionó con renovado esfuerzo en un nuevo grupo: el “Comité Pro Derechos del Pueblo A. C.”, junto con otros líderes, como el lic. J. Refugio Tornel Vázquez y den Anastasio Marín Moreno, entre otros ameritados miembros. La población de Santa Anita recibió con beneplácito obras de beneficio social importantes: alumbrado público, drenaje, empedrado de calles y reempedrado en las ya existentes, red de agua potable, introducción de la línea de camiones de “Alianza Santa “, asignación de camión recolector de basura para el pueblo, trámites del Mercado Municipal de Santa Anita, el local del rastro; y la disminución de la perforación de pozos de agua potable en el área del Valle de Toluquilla, ya que el Ayuntamiento de Tlaquepaque pretendía perforar al menos veinte pozos, en zonas que inevitablemente perjudicarían la producción agrícola de los terrenos de labor.
La participación de don Salvador como servidor público y como luchador incansable de obras de beneficio social, le merecen un reconocimiento como hijo altruista de Santa Anita.

miércoles, 20 de junio de 2007

FUNDACIÓN DE SANTA ANA ATLIXTAC


LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE FRAY ANTONIO DE SEGOVIA

En 1530 llegaron a la región frailes franciscanos, destinados a conquistar espiritualmente a los indios, para convertirlos a la religión católica.
En 1531 construyeron un Convento en Tetlán, de allí salían a catequizar a los indígenas, los sacerdotes: fray Antonio de Segovia, fray Juan de Padilla, fray Juan Badillo y el lego fray Andrés de Córdova.
Fray Antonio de Segovia llegó al primer Atlixtac caminando descalzo, apoyándose con una vara y con un rosario en la otra mano. Dormía por el camino, en donde lo sorprendía la noche. Llevaba como alimento tan sólo maíz tostado.
Fue un hombre piadoso e incansable en su labor de evangelización por toda la región. Se dice que en la Guerra del Mixtón iba por el campo de batalla con la imagen de la Virgen de Zapopan, colgada de su pecho, clamando que cesara la lucha sangrienta.
En 1557 fue elegido como Representante de la Custodia de Santo Santiago de Xalisco. Al poco tiempo, ya había quedado ciego.





LA GUERRA DEL MIXTÓN

Sucedió el 16 de diciembre de 1541 en el Ceno del Mixtón, causada por una rebelión de los indios, al verse reducidos a la esclavitud por los españoles y obligados a renegar de sus dioses.
Los indígenas eran dirigidos por el valiente Tenamaxtli. Al saber de la magnitud del ejército indígena, el propio virrey don Antonio de Mendoza decidió dirigir el ataque de los españoles. Se vino desde la Nueva España engrosando su ejército con indígenas de los reinos que tenía sometidos. Traía en su ejército a aztecas del centro de la Nueva España y a indios tarascos de Michoacán. En su paso por el Valle de Atemajac, ordenó que se le unieran refuerzos de los indios de Tónalá y de los tlaxomulcas; entre ellos acudió casi la totalidad de los indios de Atlixtac.
Los indios rebeldes perdieron la batalla, ante la gran mortandad de los indígenas varias localidades quedaron despobladas. Para repoblar a Atlixtac, se ordenó que indígenas de Apozol, Zacatecas, fueran removidos para vivir en lo que sería un nuevo poblado: el de Santa Ana Atlixtac.





LA FUNDACIÓN DE SANTA ANA ATLIXTAC

Al darse la orden de repoblar Atlixtac, con indios de Apozol, Zacatecas, se decidió cambiar de lugar al Atlixtac indígena, al lugar que ahora ocupa. A la nueva población le fue asignada como patrona a la Señora Santa Ana y se le construyó una capilla en el centro del poblado. Los religiosos, ayudados por los indios, trazaron las calles formando “manzanas”, que eran grandes extensiones rectangulares de terreno, alineadas encalles paralelas y perpendiculares. Se dice que los límites de la población se dieron en las esquinas de las calles que actualmente tienen los siguientes nombres: al norte por la calle Colón hasta la esquina de Aquiles Serdán. Al sur por la calle 16 de septiembre, hasta su cruce con Agustín Rivera. Al este, por la calle Morelos, hasta la esquina de Abasolo. Para el oeste, el límite estaba en la calle 5 de mayo.
Se colocó una “mojonera” (piedra triangular) para establecer los límites de las calles del poblado.
En la construcción de las nuevas casas se usó piedra para el cimiento y adobe para los muros; los techos eran de vigas y teja.
Allí vivían los españoles encomenderos con los sirvientes indígenas ya esclavizados. En las inmediaciones de las mojoneras se construyeron rústicos jacales para que allí viviera el resto de la población indígena. El 2 de octubre de por orden del gobernador de la Nueva Galicia, Cristóbal de Oñate, el capitán y oficial mayor de la Villa de Guadalajara, don Miguel de Ibarra, estableció en Ajijic el Decreto para la fundación definitiva de la nueva población a la que se llamó Santa Ana Atlixtac, uniendo el antiguo nombre indígena y el nombre de la patrona del pueblo.
Santa Ana Atlixtac, quedó bajo la jurisdicción del antiguo Tlaxomulco (Actualmente Tlajomulco de Zúñiga).




CONTRUCCIÓN DE LA CAPILLA DE VISITA DEDICADA A SEÑORA SANTA ANA

Los franciscanos organizaron a los indígenas para construir una sencilla capilla en honor de Señora Santa Ana, la patrona del pueblo. En la elección prevaleció una muestra de reverencia a la vejez, que fue bien vista por los de Atlixtac y aceptaron dócilmente por patrona a una santa anciana de la religión católica. En la construcción usaron la piedra, y muros de calicanto. El techo era frágil, construido con morillos y palma) un lamentable incendio accidental, acabó con la incipiente capilla.
Algunas canteras labradas de esa pequeña capilla, se encuentran en el friso y la cornisa del actual teatro, que forma parte de la fachada del templo de Nuestra Señora de Santa Anita. Otras lozas de cantera, restos de esta primera capilla, se colocaron en lo que ahora es el marco de la ventana del templo de Nuestra Señora de Guadalupe.


LOS FRANCISCANOS ENSEÑAN OFICIOS A LOS INDIGENAS

Los frailes franciscanos enseñaron a los indios nuevas formas de trabajo en el campo, en estos terrenos de labranza que en la nueva fundación, pertenecían ya a los españoles encomenderos.
Les instruyeron en la música y el canto para que entonaran alabanzas en la capilla dedicada a Señora Santa Ana. Al ritmo de la chirimía, formada por el traspisalis (flauta) y el tamborcillo, aprendieron a danzar en honor de la patrona del poblado.
Los indígenas aprendieron a tallar la madera, confeccionaban: mesas, sillas, puertas; y aperos de labranza que les facilitaban el trabajo en el campo.
Los religiosos les enseñaron a realizar nuevas construcciones, que daban firmeza y solidez a las viviendas, con: la piedra, el adobe y las tejas.



LA COFRADÍA DE LA PURÍSIMA CONCEPCION (EL HOSPITAL)

Enfrente de la capilla dedicada a Santa Ana, los franciscanos instruyeron a los indígenas para edificar otra capilla más pequeña, y un hospital que era atendido por los curanderos de la tribu.
En el amplio patio del hospital podía verse una gran cantidad de plantas medicinales, de entre ellas: la hierbabuena, ruda, estafiate, pasiflora, savia, acocote, betónica; y árboles de naranjo agrio Al hospital acudían sólo los enfermos del poblado. También era utilizado para dar albergue y alimento a los viajeros que llegaban a pernoctar en su tránsito a Guadalajara, o hacia Tlajomulco.
En la pequeña capilla (actualmente dedicada a la Virgen de Guadalupe), se rendía culto el 8 de diciembre a la Purísima Concepción. Se quemaban cohetes (cuetes), tocaban los músicos del pueblo y después de la misa de función, se compartía una comida comunitaria en la que todos cooperaban.
Era una verbena popular en la que, sin embargo, la disfrutaban los españoles criollos, siempre separados de los indígenas; era muy notoria la diferencia de las clases sociales, aún en los eventos religiosos que eran organizados por los frailes franciscanos.


viernes, 11 de mayo de 2007

FUNDACIÓN DE ATLIXTAC

FUNDACIÓN DE ATLIXTAC


Familias de los indios tlaxomulcas, descendientes de la tribu Coca, llegaron aproximadamente por el año de 1500 a una pequeña extensión de terreno, que pasado el tiempo sería aledaño a la Hacienda La Calerilla. Era un lugar en donde proliferaban pequeños ojos de agua, cuya tonalidad blanquecina se debía a la presencia de cal en el terreno arenoso.
Para dar nombre a este naciente poblado, los indígenas eligieron la palabra náhuatl ATLIXTAC, que significa: “agua blanca”; de las partículas atl = agua, e ixtac= blanca. En desinencia de la lengua de la tribu coca, se denominaba Atlixtaque, o Atliztaque. Los indios construyeron rústicas chozas sin traza alguna, diseminadas por el terreno. Las paredes las construyeron con troncos y maderos de distintos tamaños. En los techos utilizaron paja, que era afianzada en los troncos con cordeles, tal vez formados con fibras de izote.
La choza era amplia en su extensión y de una sola estancia, era utilizada a la vez como cocina y habitación. Allí dormían sobre petates todos los miembros de la familia.El perro era un acompañante, tanto en la vivienda, como en la caza de animales en el campo.



EL TRUEQUE



Los indígenas del antiguo Atlixtax consumían Lo que producían de sus tierras, o comían los animales que cazaban por el campo. Cuando necesitaban usar o consumir algo que no tenían, cambiaban algo propio por algún objeto que otros producían eso era el trueque. Comerciaban con el trueque entre sí, o bien se iban a visitar a otras tribus para comerciar con ellas. Acudían con los pobladores de Tzapotepec (actualmente, San Sebastián EL Grande), a Tepetitlán (hoy Santa Ana, Tepetitlán), a Toluquilla, y aún hasta el antiguo TIaxomulco (actualmente, Tlaxomulco de Zúñiga). Las aves de corral, la piel de venado y de otros animales del monte, además de varios productos que obtenían de la tierra, eran cambiados por otros satisfactores como: sandalias, xolotones, ídolos de barro, o de piedra, sal, y algodón para fabricar sus frazadas. Otro producto que proponían en el trueque, o que adquirían por medio de ese comercio, era la bebida embriagante del pulque. Esta bebida era tomada exclusivamente por las personas mayores, principalmente por los varones.






EL VESTIDO


Las mujeres usaban un xolotón de algodón que les llegaba por debajo de la cintura. Era como un costal cuadrado con tres agujeros, por donde sacaban la cabeza y los brazos. Usaban naguas de algodón que les bajaba hasta los tobillos. Algunas de ellas se recogían el cabello con cintas de algodón. Los hombres usaban probablemente el taparrabo. Calzaban sandalias elaboradas con el cuero de los animales que cazaban. Adornaban su cabeza con penachos, elaborados con plumas de las urracas y de las guacamayas. En el invierno se protegían con un xolotón o túnica de lana, que les llegaba hasta la rodilla.







TOPONIMIA DE ATLIZTACA


Se supone que los habitantes de la tribu de Atlixtac no conocían escritura alguna, puesto que no existe ninguna evidencia de su comunicación escrita. Ello hace sumamente difícil encontrar un símbolo que les diese identificación. Sin embargo, por cierta afinidad con el nombre de Atlixtac, se ha Localizado este glifo toponímico llamado Atliztaca. Aparece en el Códice Azoyú del Reyno de Tlachinollan; significa: “Lugar de la blancura del agua. Destacan en el dibujo los círculos que semejan gotas, u ojos de agua, para así fortalecer el significado predominante del agua, que aparece en toda la figura.







LA COCINA INDIGENA


Posiblemente el fogón estaba rodeado con piedra directamente sobre el piso. En su interior colocaban leña y olotes; encima de él ponían un comal para cocinar las tortillas de maíz. A un Lado ponían el metate, el molcajete y el brasero. En una escudilla la mujer preparaba la masa, luego la ablandaba en el metate y torteaba un trozo en las palmas de las manos, ya formada la tortilla la depositaba sobre el comal. En el brasero cocinaba los frijoles. En el molcajete machacaba el jitomate, el chile y la sal. Usaban escudillas o jícaras, jarros, cazuelas y ollas de barro. Se alimentaban de: tortillas, frijoles, chile, jitomate, nopales, verdolagas, tamales, tunas, pozole, huitlacoche; y de la carne de los animales que los hombres cazaban en el campo. La tortilla era usada a manera de cuchara, con ella sopeaban la comida desde el interior de la escudilla para llevarse el alimento a la boca. Era común prepararse tacos con la tortilla sobre la mano.






LOS INDIOS

Los hombres eran lampiños, de escasa barba, pero de abundante y Larga cabellera, negra y lacia. Eran de mediana estatura y de piel morena. Manejaban con destreza el arco y la flecha. Era costumbre entre Los indígenas que un hombre tuviera varias esposas, por lo que su descendencia podía ser numerosa. Las mujeres eran morenas, también de mediana estatura. Respetuosas y obedientes con su esposo. Su pelo negro, era largo y lacio. Les gustaba que su vivienda estuviese siempre bien barrida; quizás hacían las rudimentarias escobas con matorrales de la planta llamada chachina. La educación del hijo quedaba bajo la responsabilidad del padre, quien se encargaba de enseñarle a cazar animales, a trabajar en las Labores del campo y a conocer los animales en los terrenos y cerros de los alrededores. Las niñas estaban bajo el cuidado de la madre, quien les enseñaba a aprender las labores de la casa y a ser obedientes con sus padres y sus hermanos varones.






LABORES COTIDIANAS

Los hombres se dedicaban a la caza de animales en el campo con la flecha y el arco. Cazaban: venados, conejos, huilotas, ardillas, tejones, patos, gatos monteses y armadillos. De la tierra obtenían principalmente: maíz, calabaza, frijol, trigo, chayote, chinchayote, camote silvestre, nopales, jitomate y chile. Las mujeres se dedicaban a atender su casa y a su familia.
Cuidaban del guajolote como ave de corral. Preparaban los alimentos. Ayudaban a veces en las labores del campo. Algunas tejían el hilo de algodón, con el cual confeccionaban su ropa y los adornos para su pelo.






LA RELIGION


Los de Atlixtac, como descendientes de la tribu del antiguo Tlaxomulco, eran idólatras; veneraban: al sol, La luna y la lluvia. Aunque no se ha encontrado en ese terruño algún vestigio de sus esculturas, se cree que sus ancestros pudieron haberles enseñado a fabricar ídolos de barro. Era tradición en los indígenas de este lugar, ser amables y respetuosos con los ancianos; de entre ellos elegían al que consideraban el más sabio, y a él se le nombraba jefe de la tribu. Tenían un curandero, que les preparaba pócimas elaboradas con hierbas medicinales. Les hacía “limpias” corporales para librarlos del “mal de ojo” y de las enfermedades. Tenían un sacerdote, que era quien les inculcaba el culto a los dioses. No eran guerreros, pero cuando ocasionalmente mataban a quien consideraban un adversario, que no fuera de su tribu, se comían su cuerpo como si se tratara de algún animal que hubiesen cazado en el campo.







EL CLIMA

Los de Atlixtac, como descendientes de la tribu del antiguo Tlaxomulco, eran idólatras; veneraban: al sol, La luna y la lluvia. Aunque no se ha encontrado en ese terruño algún vestigio de sus esculturas, se cree que sus ancestros pudieron haberles enseñado a fabricar ídolos de barro. Era tradición en los indígenas de este lugar, ser amables y respetuosos con los ancianos; de entre ellos elegían al que consideraban el más sabio, y a él se le nombraba jefe de la tribu. Tenían un curandero, que les preparaba pócimas elaboradas con hierbas medicinales. Les hacía “limpias” corporales para librarlos del “mal de ojo” y de las enfermedades. Tenían un sacerdote, que era quien les inculcaba el culto a los dioses. No eran guerreros, pero cuando ocasionalmente mataban a quien consideraban un adversario, que no fuera de su tribu, se comían su cuerpo como si se tratara de algún animal que hubiesen cazado en el campo.